15-07-2013.
Hola, no dejo de oír y de leer los problemas que padres y educadores se generan a ellos mismos por el “tremendo abuso” al que someten a los menores a su cargo, por darle un cachete, o como decimos por estas tierras: un “ñalgazu” (o lo que es lo mismo: un cachete en la nalga, o más claro aún, un cachete en el culo).
Hola, no dejo de oír y de leer los problemas que padres y educadores se generan a ellos mismos por el “tremendo abuso” al que someten a los menores a su cargo, por darle un cachete, o como decimos por estas tierras: un “ñalgazu” (o lo que es lo mismo: un cachete en la nalga, o más claro aún, un cachete en el culo).
El
otro día escuché en la radio un debate en el que los “tertulianos”
decían estar en posesión de la verdad absoluta al afirmar que
nunca, en ningún caso, se puede dar una torta a un menor, que eso
era un claro fracaso en la educación del menor en cuestión.
Yo
no caeré en semejante prepotencia al afirmar que lo que yo digo es
la verdad absoluta, afirmo que cada caso hay que mirarlo con la
perspectiva adecuada y sin sacar los hechos de contexto.
Pertenezco
a la generación que llevó golpes de todos los mayores implicados,
de una u otra forma, en la educación de quienes éramos menores en
aquel entonces, y sin osar afirmar que hacían bien, tampoco puedo
decir que abusaran de nosotros, o que en ningún caso, desde el punto
de vista de aquellos tiempos, se puede dar un “ñalgazu” a ningún
menor.
Las
generaciones posteriores, más recientes, denuncian a sus propios
padres si éstos osan darles una torta y no digamos a sus profesores,
o educadores. Si un profesor tiene la desfachatez de darle una torta
a un alumno, puede asumir que nunca en su vida volverá a dar clase a
nadie, eso si no viene el padre del menor abofeteado y le rompe la
cara.
Lo
que veo es que la generación que viene detrás de la mía no sabe lo
que es tener que esforzarse en el colegio para obtener resultados,
los obtienen de cualquier manera, se esfuercen lo que se esfuercen,
no sea que se sientan tan fracasados que se quiten la vida. Lo que
veo es que no respetan a sus mayores como lo hacíamos nosotros: en
el autobús cedíamos el asiento a personas mayores, embarazadas, o
señoras cargadas con bolsas mientras que ahora, si una señora se
levanta a tocar el timbre para señalar que se baja en la próxima
parada, no podrá volver a su sitio porque un chiquillo se habrá
sentado ya en el que era su sitio.
Conocen
todos sus derechos e ignoran casi todas sus obligaciones y podría
seguir poniendo ejemplos de la diferencia entre una generación y
otra.
Si
nuestra generación tenía cultura del esfuerzo, respetaba a sus
mayores y cumplía con casi todas sus obligaciones a pesar de llevar
algún que otro golpe, y las generaciones posteriores ni se
esfuerzan, ni respetan a sus propios padres, creo que no hay mucho
más que discutir.
Quiero
dejar claro que hablo de un cachete en el momento apropiado, no de
una paliza (con lo que nunca, en ningún caso, estaré de acuerdo),
del adulto al menor (lo aclaro porque ahora lo normal es que el
agredido sea el adulto).
Que
cada cual se quede con lo que crea oportuno, yo creo que un “ñalgazu”
a tiempo es mano de santo pero no me declaro en posesión de la
verdad absoluta así que...
Hoy
afirmo que al ver el comportamiento de algunos menores a los que no
puedes ni siquiera levantar la voz sin arriesgarte a tener que dar
explicaciones a un juez, entiendo que cada vez seamos más los
indignados con el comportamiento de quienes deberán pagarnos la
pensión (perdón, tengo que dejar de escribir por el ataque de risa
que tengo) a quienes hoy somos los adultos.
UN
CIUDADANO INDIGNADO
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